Constantino Carcaño
Zamora
Universidad Juárez del
Estado de Durango
La calidad educativa es uno de los
objetivos fundamentales conforme a los acuerdos internacionales de la Agenda
2030 expresado en al ODS4 que propone crear estrategias colaborativas para
formar de acuerdo con las expectativas de la Escuela del Siglo XXI a una de sus
figuras más importantes: el docente.
La educación se encuentra en una
transformación constante y pretende formar en el docente habilidades directivas
que rompan con los paradigmas tradicionales de su labor y se centre en el
desarrollo integral de los estudiantes para responder a las necesidades y
demandas del Siglo XXI. Es por ello por lo que desde hace tiempo diversos
estudios se han centrado en el liderazgo pedagógico que asume el docente al
momento de dirigir a los grupos académicos a través de un estilo de liderazgo
que puede o no favorecer la formación de los alumnos. Este tópico pretende que
el docente asuma el rol transformador que se le encomienda y que sea consciente
del estilo de liderazgo pedagógico que implementa en las aulas para que
descubra por si mismo, cuales son las actitudes y conductas que asume y si
estas son coherentes y congruentes con las expectativas del docente del Siglo
XXI. Se ha evidenciado que el docente necesita de una profesionalización para
poder desempeñar su liderazgo pedagógico de una manera eficiente y eficaz a
través de los cuatro pilares de la educación descritas por Delors. Se considera
que el desarrollo del liderazgo docente es fundamental para garantizar la
calidad en el sector educativo.
Palabras
Clave
Formación Docente; Liderazgo Pedagógico; Escuela del Siglo XXI
Introducción
La calidad
educativa es una de las premisas que se pretende
lograr a través de la implementación
de acuerdos internacionales como la Agenda 2030 que influye en la adecuación de las políticas educativas de los países
con reformas educativas que buscan garantizar la calidad esperada.
Es
evidente que el sector educativo está en constante movimiento y que debe
adecuarse al Siglo XXI con la
innovación y la mejora en la práctica pedagógica y es cuando la figura del docente
sale a relucir pues debe romper con los paradigmas tradicionales educativos para cumplir
con las expectativas de su labor coherente con las necesidades y demandas de la
Escuela del Siglo XXI.
El
docente del Siglo XXI debe transformarse en su labor vinculando su práctica educativa con los cuatro pilares de la
Educación y desarrollar una habilidad fundamental en su quehacer pedagógico: el liderazgo.
Para ello es esencial que el docente se visualice así mismo como un elemento importante en la evolución educativa asumiendo un rol completamente opuesto al tradicionalista y explorando la manera en que asume su liderazgo pedagógico al momento de liderar a sus estudiantes, aunque es fundamental que el docente reconozca cuál es su estilo de liderazgo que retoma en su práctica pedagógica, ya que el docente sabe hacer pero necesita ser formado para ejercer eficientemente su labor de acuerdo con las expectativas docentes del Siglo XXI.
La Agenda 2030 y su Relación con el ODS 4: Educación de Calidad
Dentro de las perspectivas de la Escuela
del Siglo XXI es la transformación de la educación para garantizar su calidad.
Esto se ve reflejado en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible la cual es un convenio
internacional a través de “un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad”
(ONU, 2016) el cual incluye 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) los cuales son el resultado
de un proceso investigativo por parte de las Naciones Unidas obtenidos con la participación
de todos los Estados Miembros.
Específicamente el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4: Educación de Calidad es quizás uno de los más fundamentales de la Agenda 2030 debido a que ocupa el lugar central de los subsecuentes ODS cuya intención es “garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todos” (ONU, 2016) siendo una de la Meta 4.c la que compete con la formación docente, la cual se expone textualmente “De aquí a 2030, aumentar considerablemente la oferta de docentes calificados” (ONU, 2016) ya que se considera que el docente es clave no solamente para la consecución de las demás metas del ODS 4 sino para lograr la educación de calidad y para ello es necesario reflexionar sobre la necesidad de su proceso de formación y transformación en su labor docente
El Docente del Siglo XXI
Bauman
(2003) enfatiza que la sociedad del conocimiento y la era digital han cambiado
y están transformando al sector
educativo desde finales del Siglo XX fundamentándose
en el paradigma constructivista a través de una perspectiva sociocultural lo cual evidencia que los
cambios educativos no solamente deben limitarse a innovaciones metodológicas o en la incorporación de recursos sino que
también es necesaria una transformación coherente con el paradigma enfocado en el ser competentes a nivel procedimental,
actitudinal y cognoscitivo, con el fin de
adecuarse a las demandas
de una sociedad que cambia
constantemente.
Es
por ello, que Johnson y Johnson (2018) argumentan que el reto de la educación para
el docente
del Siglo XXI es enfatizar el aprendizaje activo y participativo del sujeto, adquiriendo las herramientas competenciales necesarias para integrarse en una sociedad
que demanda individuos creativos y autorrealizables.
Ante ello, se debe propiciar un enfoque innovador que se apoye con el uso de las tecnologías de la información y la comunicación siendo lo más importante el propiciar un ambiente cooperativo de trabajo de toda la comunidad
educativa, donde el alumnado
sea el que construye su propio conocimiento, involucrándose de forma significativa, cognitiva y emocionalmente.
Rico y
Ponce (2022) señalan que “en el marco de esta escuela deseada, los docentes resultan
piezas fundamentales. Sin su acción,
no existe el aprendizaje ni la innovación, ni tampoco es
posible un cambio verdadero en educación. Por lo tanto, cualquier
transformación perseguida en el
sistema educativo requiere los profesores compartan las ideas en las que se basan, modifiquen sus prácticas y adapten los nuevos principios a las nuevas (o viejas realidades)”.
Brady (2020) enfatiza la necesidad de que el
docente desarrolle una actitud analítica, reflexiva y critica
sobre su propio rol, con habilidades de búsqueda, selección
y análisis de la información; capaces de trabajar
en colaboración e interacción
social, asumiendo responsabilidad y compromiso, tomando decisiones, así como desarrollando actitudes
y habilidades comunicativas y de civismo
desde una perspectiva democrática y de apertura sociocultural, de compromiso de justifica social como parte del
ejercicio profesional y ciudadano (García-Montero, 2002; Palomares, 2009) cuya finalidad, según Ribosa (2020) es ayudar al alumno en su búsqueda
personal de su madurez cognitiva y afectiva
en esta dinámica social de aprendizaje.
Conforme
a las reflexiones de Santiago y Fonseca (2016) el docente del Siglo XXI rompe con
el paradigma tradicionalista en el que solamente de desempeñaba como el
transmisor de conocimiento y dominio
de una disciplina a un profesor que debe ser capaz de crear entornos de aprendizaje activo y basado en problemas,
además debe de propiciar contextos que potencien el interés, la capacidad autónoma, inventiva y creativa del
alumno.
Es por ello por lo que el docente debe visualizar la perspectiva de su rol en el Siglo XXI y
su transformación ya que debe saber ser guía, orientador, acompañante, mentor, tutor,
gestor del aprendizaje, facilitador,
dinamizador o asesor (Viñals y Cuenca, 2016) lo que demuestra que el quehacer docente del Siglo XXI es la de
asumir roles en una misma labor profesional por lo cual sugiere Prensky (2011) que es importante que el docente
converja con un proceso analítico, reflexivo y activo sobre su práctica pedagógica.
Jacques
Delors en 1996 publicó “Los Cuatro Pilares de la Educación”, comúnmente conocido como El Informe Delors el cual, en palabras de su autor, su idea se
fundamenta en que la educación
debería de estructurarse en cuatro aprendizajes fundamentales para la vida a
los que considera pilares del
conocimiento: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Si bien estos cuatro pilares de la educación se enfocan en la
figura del estudiante, hay algunos
autores que ofrecen sus perspectivas en el quehacer docente, que como expone Delors (1996) “la enseñanza escolar se orienta
esencialmente, por no decir que, de
manera exclusiva, hacia el aprender a conocer y, en menor medida, el aprender a
hacer”. Lo que demuestra la necesidad de centrarnos en la formación y la capacitación del docente ya que su solo
conocimiento no basta para ejercer su labor con calidad, eficacia y eficiencia.
Es decir, se debe hacer al
docente competente.
Bunk (1994) distingue cuatro tipos de competencias que debe poseer el docente para ser competente en su labor: competencia técnica (los conocimientos, las destrezas y las aptitudes), metodológica (procedimientos), social (la sociabilidad) y participativa (la participación, las formas de organización) a lo que Echavarría (2002) relaciona el rol docente con su competencia de acción profesional que es la forma de llevar a cabo su acción pedagógica.
Lutfi et al (2001) retomando los postulados de Delors (1996) concreta que las competencias docentes deben basarse
en las propias del saber a través de una dimensión cognitiva-reflexiva, siendo la parte más técnica
de la adquisición de conocimientos para desarrollarse en
el ámbito profesional (previamente obtenidos a través de una formación y/o capacitación); el saber hacer que influye
en las dimensiones activas, creativas y metodológicas para el diseño, el implemento y la evaluación de acciones
pedagógicas eficaces, el saber ser, que influye
en la dimensión afectiva- personal y el saber estar, que es la relación con los
demás centrándose en las
habilidades sociales y comunicativas entre el docente y los
alumnos.
Sin
embargo, señalan los autores anteriores que dichos saberes “están condicionados
por el contexto y la finalidad
educativa que de este se desprende, con base en la concepción y reconceptualización que la experiencia
profesional, personal y formativa va modificando; así como las motivaciones y expectativas puestas en el ejercicio
docente, que configuran un universo simbólico movido por valores, creencias, capacidades, habilidades, etcétera”.
Para
concluir, el Rol del Docente del Siglo XXI en su ejercicio pedagógico, según
las perspectivas de Delgado y Viciana
(1999) debe poseer una relación didáctica entre factores personales, que se producen en los ámbitos técnico,
comunicativo, organizativo y relacional- afectivo del proceso de enseñanza-
aprendizaje según la manera de enseñar utilizada por el docente para su acción pedagógica influenciada por la forma
en este considere bajo su perspectiva lo que es la educación
y cuáles son las formas para lograrla.
Lo cual influye directamente
en el liderazgo que asume para consagrar sus propósitos.
Concepto de Liderazgo
El
quehacer docente debe romper con los postulados tradicionales de su labor y
buscar innovarla para adaptarse a las
necesidades y tendencias actuales que exige el mundo globalizado. El rol del Docente del Siglo XXI no solo
debe enfocarse en poseer los conocimientos y técnicas pedagógicas sino
convertirse en un líder.
El liderazgo
según French y Bell (1996) “es un proceso altamente
interactivo y compartido que implica el establecimiento
de una dirección, visión y estrategias para llegar a una meta alineando a su vez a las personas y motivándolas”, por su
parte, Robbins (2013) lo define como “la habilidad para influir en un grupo y dirigirlo hacia el logro de un objetivo o
un conjunto de metas.” En el caso del
docente, su liderazgo es formal, es decir, este se les asignado por una jerarquía administrativa en una organización
que en su caso sería una institución
escolar.
¿Por qué enfocarse en el liderazgo
docente? Según Robbins
(2013) señala que “se necesitan
lideres que desafíen el estatus quo, que elaboren visiones del futuro y que
inspiren a los miembros de las
organizaciones para que deseen lograr esas visiones” a través de “un liderazgo firme y
una administración sólida para alcanzar
una eficacia óptima”.
Dentro de las nuevas perspectivas de la figura docente influenciada por las corrientes pedagógicas de la Escuela Nueva, el docente debe modificar su rol tradicionalista caracterizado por ser autoritario y ser el mediador entre el alumno y el objeto del conocimiento, debe aprender a ser un guía (la esencia del liderazgo) y que tenga la capacidad de generar las condiciones de trabajo y de enseñanza- aprendizaje que permitan al alumno desarrollar sus aptitudes.
En
las recientes reformas educativas, el alumno deja de ser pasivo y perceptivo a
ser activo y protagonista de la
construcción de su conocimiento y es por ello por lo que se debe cimentar
en los docentes habilidades directivas vinculadas con
su trabajo pedagógico.
Antes
de fundamentar el liderazgo en el docente es importante que esté conozca cuál
es el estilo de liderazgo que asume al momento de llevar su acción pedagógica en los grupos académicos
que dirige. El estilo de liderazgo,
según Ayaub (2011) se desarrolla a través de sus acciones y conductas
que son influenciados por los antecedentes, sus conocimientos y experiencias particulares (Stoner, 1996).
Chiavenato
(1999) nos ofrece una definición sobre los estilos de liderazgo, los cuales considera que son “la influencia
interpersonal ejercida en una situación, dirigida a través del proceso de comunicación humana a la
consecución de uno o diversos objetivos específicos” por su parte, Rodríguez (2007) y Kahai y Sosik (1997) consideran que el estilo de liderazgo afecta el proceso de trabajo en grupo y el clima social de la
organización, tanto como la creatividad y la
productividad individual.
Conforme a los resultados de investigación del liderazgo docente a nivel universitario de González y González (2012) detectó a cuatro estilos predominantes en los docentes: el Laissez Faire, autocrático, transaccional y transformacional. Sin embargo ¿cuál estilo de liderazgo es afín a las expectativas del Docente del Siglo XXI? Que pueda asegurar la calidad educativa, la innovación y la transformación educativa en nuestro país.
Impacto del Liderazgo Docente en la Educación
De
acuerdo con York-Barr y Duke (citado en Harris y Mujis, 2003)
“los efectos positivos del liderazgo
docente se muestran
en primera instancia
en el desarrollo profesional de los mismos profesores. Las prácticas y
actitudes de liderazgo impulsan de manera significativa su desarrollo al expandir su noción de
aprendizaje, enseñanza y escuela y al concientizarlos sobre el hecho de que el ejercer el liderazgo y el aprender están intrínsicamente ligados”.
Así
mismo, Harris y Mujis (2003) exponen que cimentar el liderazgo en el docente
tiene efectos positivos tanto en los estudiantes como en el mismo profesor
ya que favorece el autoestima, incrementa la satisfacción e
influye en la motivación y en cuanto a la acción docente, un liderazgo bien fundamentado garantiza
mejor rendimiento en el docente y a su vez, destaca Uribe (2005) que el
impacto que produce el ejercicio del liderazgo docente trasciende en la eficacia escolar, es decir, mejora el
proceso de enseñanza-aprendizaje de los estudiantes lo que se traduce en la obtención de mejores resultados.
Por último, Delgado (2000) afirma que el liderazgo docente debe enfocarse en la autorrealización de sus alumnos, así como incentivarlos y promoviendo la formación de ambientes de aprendizaje que propicien el cambio en la educación.
Si
bien el liderazgo es una actitud y aptitud que posee el docente, no siempre es
una habilidad consciente ni técnica
por lo cual al profesorado se le debe inducir. La docencia se transforma constantemente y debe responder
a las necesidades y las demandas del contexto
histórico, económico y social en el que se vive a través de un mundo
globalizado mucho más exigente y
cambiante. Al docente en su formación académica y/o capacitación se le enseña a
ser docente más no a cómo hacer, a cómo ejercer
docencia a través de un liderazgo pedagógico.
Es
por ello por lo que, a través del Desarrollo Profesional, que en palabras de Helterbran (2010) “es la base para la mejora de la
práctica educativa y es esencial para el crecimiento, la experiencia y el desarrollo de las habilidades del profesorado”
se debe cimentar el liderazgo pedagógico para garantizar
la calidad educativa.
Si realmente se desea ser congruente entre la teoría y la práctica propuesta en las reformas educativas, se debe mostrar coherencia en la formación docente específicamente en su rol transformador el cual incluye habilidades directivas para alinearse a las expectativas docentes establecidas en la Escuela del Siglo XXI.
Conclusiones
Señala Contreras
(2016) que para renovar las practicas educativas tradicionales y contribuir en el progreso estipulado en la
Escuela del Siglo XXI, es fundamental que el docente sea consciente de su influencia y que es el autor principal en
el cambio educativo por lo cual resulta imprescindible establecer un liderazgo docente en la práctica pedagógica.
Sin
embargo, es muy trascendental que se tomen decisiones en las políticas
educativas, a nivel directivo y en el
mismo docente para que este sea debidamente capacitado, formado y empoderado en el tópico del liderazgo en su quehacer docente a través
de diversas estrategias que involucren los postulados de Delors y se vinculen
con su formación profesional y capacitación.
Es
importante que el docente sea consciente del estilo de liderazgo que ejerce en
su labor en los grupos académicos que
dirige para que pueda inspirar y lograr un cambio genuino en el sector educativo, sobre todo a nivel media
superior, así mismo, el docente debe visualizarse como un autor clave en la transformación educativa a través de la
formación de habilidades directivas pedagógicas,
el docente pueda cumplir con las expectativas que se tienen en su rol dentro de
la Escuela del Siglo XXI. Para
generar un cambio genuino en la educación es necesario innovar la docencia.
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