Introducción
En los sistemas educativos contemporáneos, el liderazgo escolar ha cobrado un rol central en los esfuerzos de mejora. No se trata simplemente de ejercer autoridad desde la dirección, sino de movilizar a la comunidad educativa hacia metas compartidas, sostener el compromiso docente y responder estratégicamente a contextos cambiantes. Dos perspectivas fundamentales ayudan a entender esta complejidad: la cadena de influencia y el liderazgo en contexto, ambas propuestas por el académico Paulo Volante de la Pontificia Universidad Católica de Chile (2012, 2013). Estas miradas permiten pasar de concepciones individuales del liderazgo a una visión sistémica, donde las relaciones, la cultura institucional y el entorno son determinantes.
1. La cadena de influencia: el liderazgo como fuerza organizacional
Según Volante (2012), el liderazgo escolar debe entenderse como una cadena de influencia compuesta por relaciones de poder, comunicación y colaboración que se desarrollan entre directivos, docentes, estudiantes y familias. En esta red, cada actor ejerce una influencia significativa sobre el aprendizaje, no de forma aislada, sino en sinergia con los demás.
El punto de partida es la idea de que el desempeño docente, si bien crucial, no puede maximizarse en entornos sin sentido colectivo ni aspiraciones comunes. En otras palabras, la calidad educativa no depende únicamente del talento individual, sino del tejido organizacional que lo sostiene. Un buen profesor puede verse limitado si trabaja en un ambiente carente de liderazgo, de visión estratégica o de colaboración entre pares.
En este marco, el liderazgo escolar no reside solo en la figura del director, sino que se extiende como una función institucional que alinea las fuerzas internas hacia un objetivo común: la mejora sostenida de los aprendizajes. Así, las decisiones pedagógicas, la gestión curricular y el trabajo en aula adquieren coherencia y dirección estratégica.
2. El liderazgo en contexto: una visión contingente y distribuida
Volante (2013) complementa esta visión al introducir el concepto de liderazgo en contexto. Las escuelas no operan en el vacío, sino que forman parte de un sistema social abierto, influido por variables externas como las políticas públicas, las reformas educativas, los recursos estatales y las expectativas de la comunidad.
El liderazgo, por tanto, debe ser contingente, es decir, adaptado a las condiciones del entorno, y distribuido, compartido entre distintos actores de la institución. Esta forma de liderazgo se convierte en un punto de encuentro entre las políticas nacionales, la gestión local y la acción pedagógica en las aulas.
El contexto escolar se configura en varios niveles:
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Nivel estatal: define políticas, estándares y recursos (como el caso de las mediciones SIMCE en Chile).
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Nivel corporativo o municipal: implementa programas de capacitación, acompañamiento y alineamiento curricular.
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Nivel organizacional: en donde los equipos directivos y docentes crean culturas escolares que pueden ser colaborativas o fragmentadas.
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Nivel familiar y comunitario: cuya participación puede potenciar o limitar las acciones educativas.
3. Escuelas vulnerables vs. escuelas empoderadas
Uno de los aportes más relevantes de Volante (2013) es la diferenciación entre escuelas organizacionalmente vulnerables y empoderadas. Esta distinción permite entender cómo el contexto influye directamente en la cultura institucional, las prácticas de liderazgo y los resultados educativos.
Escuelas vulnerables:
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Bajas expectativas sobre los estudiantes.
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Pobre alineación entre los actores institucionales.
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Visión fragmentada del currículo.
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Débil apropiación de metas de aprendizaje.
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Uso de las evaluaciones como mecanismos de presión externa.
Escuelas empoderadas:
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Compromiso colectivo con el aprendizaje.
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Liderazgo distribuido y estrategias pedagógicas claras.
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Monitoreo sistemático de la enseñanza.
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Alta confianza del profesorado y la comunidad.
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Incorporación rápida de nuevos docentes y estudiantes.
La diferencia clave entre ambos tipos de escuelas no radica únicamente en sus recursos, sino en la calidad de su liderazgo y en la forma en que se gestionan las influencias internas y externas.
4. Implicaciones para la práctica educativa
Comprender el liderazgo escolar como una cadena de influencia y como una práctica contextualizada tiene múltiples implicaciones:
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Para los directivos escolares, implica desarrollar capacidades de mediación entre las políticas educativas y la realidad del establecimiento, promoviendo una cultura de colaboración.
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Para los docentes, exige asumir un rol activo en la construcción de equipos pedagógicos efectivos, más allá del aula.
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Para el sistema educativo en general, demanda el diseño de políticas que reconozcan la complejidad del contexto escolar y ofrezcan autonomía con apoyo estructurado.
Además, se refuerza la importancia de la alianza con las familias, cuyo compromiso con el tiempo escolar y las metas académicas influye profundamente en los resultados.
Conclusión
La mejora educativa no puede entenderse sin un liderazgo que articule, inspire y movilice. La cadena de influencia y el enfoque contextual del liderazgo escolar nos muestran que la transformación educativa no depende de un solo actor, sino del trabajo colectivo, planificado y sensible al entorno. En ese sentido, más que héroes individuales, las escuelas necesitan comunidades educativas empoderadas y estratégicamente guiadas hacia la mejora continua.
Referencias
Volante, P. (2012, 22 de julio). La cadena de influencia. Diario La Tercera. Recuperado de https://liderazgoescolar.uc.cl
Volante, P. (2013, 30 de junio). Liderazgo en contexto. Diario La Tercera. Recuperado de https://liderazgoescolar.uc.cl

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