En el contexto actual, caracterizado por la constante transformación social, la diversidad de demandas educativas y la presión por rendir cuentas, el liderazgo educativo se ha convertido en una herramienta estratégica para impulsar mejoras genuinas en las escuelas. Lejos de ser una función meramente administrativa, liderar implica decidir con sentido, actuar con propósito y transformar con visión.
Este artículo profundiza en dos aportes clave de Paulo Volante, académico de la Facultad de Educación UC, que permiten pensar y ejercer un liderazgo instruccional efectivo: los principios de acción para la gestión educativa y los criterios para tomar decisiones de mejora escolar, ambos indispensables para quienes buscan impactar positivamente en los aprendizajes de los estudiantes.
Las decisiones escolares: entre la intuición, la evidencia y la experiencia
Decidir en el ámbito escolar no es un acto neutro. Las decisiones influyen directamente en la calidad de la enseñanza, en el bienestar de la comunidad educativa y en los resultados de aprendizaje. Por eso, Volante (2014) propone considerar tres “consejeros” clave a la hora de definir prioridades y orientar acciones: las preferencias, la evidencia y la experiencia.
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Las preferenciasLas decisiones escolares están atravesadas por las creencias, valores, intereses y visiones de los actores involucrados. Estas preferencias, si bien pueden ser subjetivas, constituyen una brújula ética y emocional que da sentido al cambio. Negarlas sería ingenuo; comprenderlas y validarlas, en cambio, permite construir una mejora participativa y contextualizada.
Por ejemplo, un directivo que pretende aumentar la exigencia académica no puede ignorar la percepción de estudiantes y familias sobre dicho cambio. Incluir sus voces no solo legitima la decisión, sino que potencia su sostenibilidad.
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La evidenciaEl uso de datos empíricos y hallazgos científicos permite respaldar nuestras decisiones con fundamentos objetivos. Esto despersonaliza las discusiones, amplía la perspectiva y ayuda a detectar sobreestimaciones o falsas creencias.
Como señala Volante (2014), el tiempo efectivo de enseñanza representa solo el 60% del tiempo planificado (Berliner, 1984). Asimismo, sabemos que aumentar el tiempo dedicado a una tarea específica puede mejorar su rendimiento en más de un tercio (Hattie, 2009). Ignorar estos datos es desconocer dimensiones clave de la gestión pedagógica.
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La experienciaAprender de lo que ya se ha hecho, tanto dentro como fuera de la organización, es una forma poderosa de evitar errores y replicar aciertos. Esto requiere reconstruir la memoria organizacional, reconocer buenas prácticas y valorar la trayectoria del equipo.
Muchas veces, las escuelas repiten esfuerzos fallidos por desconocer lo ya intentado. Por ello, Volante (2014) sugiere sistematizar y compartir experiencias de mejora, incluso si no son idénticas a los nuevos desafíos.
Principios de acción: una brújula para la conducción escolar
Ahora bien, tomar decisiones acertadas no garantiza, por sí sola, una gestión efectiva. Es necesario actuar con base en principios que orienten la práctica directiva y generen coherencia en las acciones institucionales. Volante y Nussbaum (2002) proponen cuatro principios de acción que permiten alinear las decisiones con un enfoque estratégico de la gestión educativa:
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Liderazgo como movilización colectivaMás que una figura jerárquica, el liderazgo educativo es un proceso de influencia compartida orientado a los aprendizajes. Implica instalar una visión común del éxito escolar, fomentar la cultura pedagógica, fortalecer la relación escuela-comunidad y generar condiciones estructurales que apoyen el logro de resultados (Volante, 2011).
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Productividad como relación entre esfuerzos y logrosEste principio plantea la necesidad de optimizar los recursos disponibles para maximizar el impacto educativo. No se trata de hacer más, sino de hacer mejor: enfocar los esfuerzos en aquello que realmente genera valor para el aprendizaje de los estudiantes.
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Visión holística como integración organizacionalEvitar la fragmentación entre áreas, funciones o niveles educativos es clave para fortalecer la sinergia institucional. Una gestión holística articula todos los procesos —curriculares, administrativos, pedagógicos, comunitarios— en torno a un objetivo común: mejorar los aprendizajes.
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Trascendencia al entorno como impacto socialLa educación no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar la vida de las personas y transformar la sociedad. Este principio invita a pensar la calidad educativa en términos de retorno social: ¿Cómo impacta la escuela en el futuro de sus estudiantes?, ¿Cómo mejora la comunidad que la rodea?
La gestión como aventura: liderazgo que transforma
Lejos de una serie de procedimientos técnicos, Volante (2011) nos recuerda que la gestión educativa debe pensarse como una aventura: un proceso incierto, desafiante, pero profundamente transformador. Requiere capacidad de lectura del contexto, definición clara de metas, diseño de procesos significativos y evaluación de los resultados para retroalimentar la acción.
Cuando se articulan decisiones informadas con principios sólidos de gestión, se genera una cultura organizacional capaz de aprender, adaptarse y sostener la mejora en el tiempo. Y, sobre todo, se construyen comunidades escolares más justas, inclusivas y orientadas al bien común.
Referencias
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Berliner, D. (1984). The half-full glass: A review of research on teaching. In P. L. Hosford (Ed.), Using what we know about teaching. Association for Supervision and Curriculum Development.
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Hattie, J. (2009). Visible learning: A synthesis of over 800 meta-analyses relating to achievement. Routledge.
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Volante, P. (2011). Principios de acción. Diario La Tercera, 6 de noviembre.
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Volante, P. (2014). Decisiones de mejora escolar. Diario La Tercera, 13 de julio.
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Volante, P., & Nussbaum, M. (2002). Cuatro principios de acción en gestión educacional. Facultad de Educación UC.

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