En el complejo escenario de la educación contemporánea, donde se entrecruzan demandas sociales, desafíos estructurales y cambios curriculares, una pregunta clave se mantiene vigente: ¿Qué prácticas de gestión educativa logran realmente mejorar la enseñanza y el aprendizaje? A esta interrogante, la evidencia internacional y local ofrece una respuesta clara: el liderazgo instruccional es una de las claves más poderosas para transformar la experiencia educativa desde dentro.
Más allá de los modelos tradicionales de dirección escolar centrados en la administración y el control, el liderazgo instruccional pone en el centro a los estudiantes y sus aprendizajes. Se trata de una forma de conducción que orienta todos los esfuerzos institucionales hacia el mejoramiento continuo de la enseñanza, con una visión estratégica, una cultura de altas expectativas y una gestión basada en evidencias (Volante, 2014).
Liderazgo que transforma: impacto real en el aula
Paulo Volante (2014), académico de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, afirma que “el liderazgo que importa es aquel que ejerce real influencia en la enseñanza de los profesores y en el aprendizaje de los estudiantes” (p. 1). Este enfoque trasciende la retórica educativa y exige resultados concretos y medibles en los logros escolares. No se trata solo de buenas intenciones, sino de promover aprendizajes evidentes, es decir, progresos verificables en conocimientos y habilidades a partir de metas claras, estándares evaluables y seguimiento sistemático.
En esta línea, la investigación de John Hattie (2009) ha sido especialmente influyente. A través de una síntesis de más de 800 meta-análisis, Hattie identificó factores con mayor impacto en los aprendizajes escolares. Uno de los hallazgos más relevantes es que lo que hacen los profesores en el aula —su práctica pedagógica— tiene un efecto significativamente superior al de variables externas como el contexto socioeconómico. Según su modelo, una buena enseñanza puede aportar hasta 0.4 desviaciones estándar sobre el promedio nacional, lo cual representa una mejora sustantiva en los resultados académicos.
Por tanto, el liderazgo instruccional efectivo se mide en su capacidad para potenciar el desempeño docente, fomentar el aprendizaje profesional continuo, formular metas estratégicas y generar una cultura organizacional basada en la mejora constante
De la estrategia al compromiso colectivo: el caso de una escuela en Santiago
Un ejemplo valioso de cómo se concreta este enfoque lo encontramos en el testimonio de una directora de un colegio en Santiago de Chile, recogido en el documento Caso de prácticas locales (Precht, 2012). En su relato, se describe un modelo de gestión educativa centrado en altas expectativas, planificación estratégica, evaluación sistemática y formación docente continua. Desde el inicio del año escolar, el equipo directivo establece metas claras para las pruebas nacionales como la PSU y el SIMCE, junto con indicadores internos de logro y planes de acción.
Entre las prácticas destacadas están:
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Observación constante de clases con retroalimentación inmediata.
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Evaluación docente vinculada a incentivos y apoyos personalizados.
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Tutorías entre profesores y formación de líderes pedagógicos.
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Construcción de pruebas al inicio del año, asociadas a habilidades clave.
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Involucramiento de las familias en el proceso de aprendizaje.
Esta experiencia evidencia cómo el liderazgo instruccional puede articular recursos, voluntades y estrategias para generar una cultura escolar coherente, desafiante y motivadora, tanto para docentes como para estudiantes y familias.
¿Cómo implementar proyectos educativos exitosos?
La implementación efectiva de un proyecto educativo no es una tarea menor. Implica gestionar el cambio organizacional en contextos complejos, con múltiples intereses en juego. Volante (2011) destaca que una implementación exitosa se sostiene sobre tres visiones complementarias:
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Sistémica: reconoce que todas las partes del proceso están interrelacionadas y deben ser consideradas como un todo.
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Operacional: se enfoca en las etapas y acciones ordenadas en el tiempo, es decir, en los procesos.
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Centrada en las personas: aborda la dimensión cultural, la aceptación del cambio y las conductas que lo acompañan.
Administrar estas dimensiones implica tomar decisiones que respondan a preguntas como: ¿Qué conservar? ¿Qué cambiar? ¿Cómo hacerlo? Y, sobre todo, ¿Cómo asegurar el impacto en los aprendizajes?
Para ello, es clave manejar con inteligencia las tensiones entre lo estratégico y lo táctico, lo urgente y lo importante, así como entre la dirección institucional y la participación colectiva. Solo así se puede lograr que los procesos de mejora no sean superficiales ni transitorios, sino profundos, permanentes y valorados por la comunidad educativa.
Efectividad escolar y foco en el aprendizaje
La efectividad de una organización educativa no se define solo por sus resultados académicos, sino por su capacidad de generar aprendizajes duraderos y transferibles. Volante (2011) propone cuatro dimensiones para evaluar la efectividad escolar:
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Equidad: asegurar aprendizajes de calidad, independientemente del origen socioeconómico.
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Ventaja competitiva: obtener logros que destaquen frente a instituciones comparables.
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Valor agregado: incrementar el capital cultural de los estudiantes más allá de sus condiciones iniciales.
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Balance de resultados: satisfacer las expectativas de estudiantes, docentes, familias y autoridades.
Lograr avances en estas dimensiones requiere focalizarse no solo en lo que ocurre dentro del aula, sino también en la coherencia institucional, la formación del profesorado, el uso estratégico de datos y el liderazgo comprometido con la mejora continua.
Conclusión: liderar con sentido
El liderazgo instruccional es mucho más que una técnica de gestión. Es una forma de entender la escuela como una comunidad de aprendizaje, donde cada decisión, cada clase, cada evaluación está orientada a potenciar el desarrollo de los estudiantes. Es también una invitación a pensar la educación desde la evidencia, el compromiso y la transformación.
Si queremos escuelas que hagan bien a las personas, necesitamos líderes que guíen con claridad, que movilicen equipos, que comuniquen propósitos compartidos y que sostengan un norte pedagógico. Porque al final del día, como dice Volante (2014), “participar de establecimientos que les va bien les hace muy bien a los estudiantes y a los profesores” (p. 2).
Referencias
Hattie, J. (2009). Visible learning: A synthesis of over 800 meta-analyses relating to achievement. Routledge.
Precht, B. (2012). Caso de prácticas locales. En P. Volante (Ed.), Liderazgo instruccional: Perspectiva global y prácticas locales. Jornadas Interamericanas de Dirección y Liderazgo Escolar.
Volante, P. (2011). Claves de la implementación de proyectos educativos exitosos. Diario La Tercera, 17 de julio.
Volante, P. (2014). Influencia en enseñanza y aprendizajes. Diario La Tercera, 6 de julio.

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