Introducción
La música es un lenguaje universal, pero también es una experiencia cerebral compleja que involucra memoria, emoción, atención, percepción y movimiento. A través del libro Tu cerebro y la música: El estudio científico de una obsesión humana, Daniel J. Levitin (2006), neurocientífico y músico, nos presenta una revolucionaria perspectiva: la música no es solo arte, sino también una función cerebral profundamente arraigada en nuestra biología y evolución. Escuchar música no es una actividad pasiva: es una danza neuronal que activa múltiples sistemas del cerebro al mismo tiempo.
Música: ¿Una necesidad biológica?
La música ha estado presente en todas las culturas conocidas desde la prehistoria. Levitin (2006) sugiere que su universalidad y antigüedad podrían indicar que la música no es un mero entretenimiento cultural, sino una necesidad biológica que cumplió funciones evolutivas clave. La existencia de instrumentos musicales prehistóricos como flautas de hueso y tambores primitivos refuerza esta hipótesis.
Desde una perspectiva de la psicología evolutiva, la música pudo haber contribuido a la cohesión social, al cortejo sexual (al igual que el canto de los pájaros) y al desarrollo de estructuras cognitivas complejas. En palabras del autor, “la música, como el lenguaje, forma parte de lo más profundo de la naturaleza humana” (Levitin, 2006, p. 34).
El cerebro musical: una sinfonía de redes neuronales
Contrario a la idea popular de que la música solo se procesa en el hemisferio derecho, la neurociencia ha revelado que escuchar, interpretar o componer música implica una activación multisensorial distribuida por casi todo el cerebro.
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Corteza auditiva: procesa el tono, el timbre y el ritmo.
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Corteza motora: se activa al seguir el ritmo, incluso sin moverse.
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Corteza prefrontal: participa en la anticipación y predicción musical.
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Sistema límbico: regula las emociones evocadas por la música.
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Hipocampo: vincula la música con los recuerdos autobiográficos.
Esta integración sugiere que la música puede facilitar funciones cognitivas más allá del arte mismo, como la memoria, la atención o el lenguaje (Levitin, 2006).
¿Por qué una canción puede hacernos llorar?
Escuchar música que nos emociona genera una liberación de dopamina, neurotransmisor vinculado al placer, la recompensa y la motivación. Levitin (2006) explica que este proceso es similar al que se activa con el sexo, la comida o una interacción social placentera.
El cerebro no solo responde al ritmo o al tono, sino también a la expectativa musical: predecimos qué nota viene después y sentimos una intensa recompensa emocional cuando se cumple… o cuando el compositor la rompe intencionadamente. Esta dinámica activa el sistema de recompensa cerebral (núcleo accumbens y corteza orbitofrontal), generando placer estético.
La música y el desarrollo del ser humano
Levitin destaca que las preferencias musicales se desarrollan tempranamente, e incluso pueden comenzar en el útero materno. Estudios muestran que los bebés pueden reconocer melodías familiares y que, con el tiempo, el cerebro se vuelve selectivo frente a estilos musicales basados en la experiencia cultural.
La adolescencia es otra etapa crítica: las canciones que escuchamos en esa época se vinculan emocionalmente a nuestra identidad, y el cerebro las codifica como elementos centrales de la autobiografía musical. Por eso, muchas personas sienten nostalgia y apego por la música de su juventud, incluso décadas después (Levitin, 2006, p. 189).
Más allá del arte: la música como terapia
El poder emocional de la música tiene aplicaciones clínicas y educativas. En musicoterapia, se utiliza para trabajar con personas que padecen Alzheimer, autismo, depresión, trastornos del habla o ansiedad. En estos casos, la música estimula regiones cerebrales deterioradas o alteradas, sirviendo como puente emocional, sensorial o motriz.
En la educación, su uso puede mejorar la atención, la regulación emocional y la memoria. Según Levitin (2006), escuchar música —especialmente si es significativa para el estudiante— puede “aumentar el rendimiento cognitivo y reforzar el aprendizaje por medio de asociaciones emocionales” (p. 276).
Hacia una comprensión científica de lo estético
Una de las grandes aportaciones de Levitin es desmontar la dicotomía entre ciencia y arte. Desde su experiencia como músico y neurocientífico, sostiene que entender la música científicamente no elimina su misterio, sino que lo expande. Analizar cómo el cerebro responde a una obra musical permite comprender mejor los mecanismos que sustentan la creatividad, el placer, la belleza y la identidad cultural.
Como señala Levitin, la música no es algo ajeno a la naturaleza humana: “Entender por qué nos gusta la música y qué obtenemos de ella es una ventana que da acceso a la esencia de la naturaleza humana” (2006, p. 45).
Conclusión
La música es mucho más que una expresión cultural: es una función cerebral compleja, una herramienta evolutiva, una fuente de placer y un reflejo de nuestra identidad emocional. Gracias a autores como Daniel Levitin, podemos mirar la música desde una nueva perspectiva: como una puerta de entrada al estudio profundo de la mente humana. Al comprender cómo y por qué la música afecta nuestro cerebro, estamos más cerca de comprendernos a nosotros mismos.
Referencias
Levitin, D. J. (2006). Tu cerebro y la música: El estudio científico de una obsesión humana (J. M. Álvarez Flórez, Trad.). RBA.
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