martes, 3 de junio de 2025

La inteligencia que aprende: educar para la autogestión del pensamiento y la conducta


Una nueva pedagogía desde las neurociencias y la filosofía
En el contexto educativo actual, marcado por rápidos cambios tecnológicos, sociales y culturales, la escuela ya no puede limitarse a ser un transmisor de contenidos. Debe convertirse en un espacio de formación del pensamiento, donde el desarrollo de la autonomía, el juicio crítico y la autorregulación sean los ejes del aprendizaje.
Esa es la tesis central del libro La inteligencia que aprende de José Antonio Marina y Carmen Pellicer (2015), una obra que articula investigaciones de la neurología, la psicología evolutiva y la filosofía de la educación, para proponer un modelo: la Teoría Ejecutiva de la Inteligencia (TEI).

¿Qué es la inteligencia ejecutiva y por qué debería importar a los docentes?
El ser humano, a diferencia del resto de los animales, no solo actúa por instinto o repetición. Posee una capacidad singular: autogestionar sus procesos mentales para alcanzar metas elegidas conscientemente. A esto se le denomina inteligencia ejecutiva. Según Marina y Pellicer (2015), se trata del "conjunto de funciones mentales que permiten al sujeto dirigir su comportamiento, regular su atención, controlar sus emociones, organizar la acción, mantener el esfuerzo y reflexionar sobre sus actos" (p. 13).
Esta capacidad es lo que nos hace verdaderamente humanos. Es lo que permite pasar del impulso al plan, del deseo inmediato a la meta a largo plazo, de la simple obediencia a la autodisciplina. En palabras de Roy Baumeister, citado por los autores, es “esencial para transformar la naturaleza interior del animal en un ser humano civilizado” (Marina & Pellicer, 2015, p. 16).

La escuela como laboratorio de humanidad
Si esta inteligencia se forma —y no es un don natural inmodificable— entonces la educación tiene un papel determinante. La TEI propone un giro: educar no es solo enseñar, sino activar las funciones ejecutivas del alumno. Estas incluyen:
  • Activación: capacidad de entrar en estado de alerta ante el aprendizaje.
  • Atención dirigida: decidir a qué estímulos prestar atención y con qué profundidad.
  • Gestión emocional y motivacional: no eliminar emociones, sino aprender a regularlas y utilizarlas como motor.
  • Control de impulsos y perseverancia: aprender a esperar, sostener el esfuerzo y superar la frustración.
  • Elección de metas y planificación: decidir qué se quiere lograr y cómo alcanzarlo.
  • Metacognición: reflexionar sobre cómo se aprende, cómo se piensa y cómo se puede mejorar.
Estos elementos no se desarrollan con fichas ni clases expositivas. Se forman en ambientes de aprendizaje intencionalmente diseñados, con relaciones pedagógicas significativas, y experiencias que involucren el pensamiento, el cuerpo y la emoción.

¿Por qué no se enseña lo que más transforma?

Uno de los argumentos más provocadores del libro es la crítica a la ausencia de una cultura escolar que fomente sistemáticamente el desarrollo de las funciones ejecutivas. A pesar de que múltiples investigaciones demuestran que el autocontrol y la autorregulación predicen el éxito académico y personal más que el IQ (Mischel, Duckworth, Baumeister), las escuelas siguen centradas en la acumulación de contenidos y la disciplina externa.
“Pasar de la motivación exterior a la automotivación, de la obediencia a la autonomía, de la disciplina impuesta a la autodisciplina es el corazón de una educación moderna” (Marina & Pellicer, 2015, p. 17).

La inteligencia también se educa

Contrario a la creencia de que la inteligencia es algo fijo, el enfoque de Marina y Pellicer parte de una idea profundamente educativa: la inteligencia humana es perfectible. Lo que somos depende, en buena medida, de lo que cultivamos en nosotros mismos.
Esta visión es una respuesta crítica a dos enfoques tradicionales:
  • La psicología fragmentada, que trocea la mente en piezas aisladas (inteligencia emocional, múltiples inteligencias, autoestima, etc.), sin articularlas en una visión unificada.
  • La pedagogía del adiestramiento, que busca la obediencia y el control conductual sin activar el pensamiento crítico ni la reflexión.
La TEI busca superar estas limitaciones proponiendo un modelo holístico, práctico y científicamente fundamentado. Propone que el docente actúe como la inteligencia ejecutiva del alumno en sus primeros años, hasta que el estudiante pueda asumir esa función por sí mismo. El objetivo final es formar personas capaces de aprender por su cuenta, dirigir sus vidas y transformarse continuamente.

¿Y cómo se entrena esta inteligencia en el aula?
La segunda parte del libro ofrece un enfoque didáctico claro. A través de nueve herramientas educativas —desde la organización del entorno hasta la metacognición—, se describe cómo convertir la práctica docente en un entrenamiento sistemático de las funciones ejecutivas.
El aula, así, deja de ser un espacio de control y repetición para convertirse en una comunidad de pensamiento. Una escuela basada en la inteligencia ejecutiva es una escuela que:
  • Crea hábitos mentales, no solo memoriza datos.
  • Estimula la motivación interna, no solo la recompensa externa.
  • Enseña a pensar sobre el propio pensamiento.
  • Forma ciudadanos responsables, no solo alumnos obedientes
Conclusión: aprender a ser libres
Educar la inteligencia ejecutiva es educar para la libertad. Es enseñar a los estudiantes a tomar las riendas de sus pensamientos, emociones y decisiones. En una época de inmediatez, ruido y sobreestimulación, esta es quizás la tarea más urgente de la educación.

📚 Referencia 
Marina, J. A., & Pellicer, C. (2015). La inteligencia que aprende: La inteligencia ejecutiva explicada a los docentes. Madrid: Santillana Educación, S.L.
 



 



 

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