miércoles, 28 de mayo de 2025

La escuela ante los desafíos del siglo XXI: Nuevas realidades, nuevas respuestas


En las primeras décadas del siglo XXI, la escuela se ha visto inmersa en una profunda transformación social, cultural y tecnológica. Este proceso ha generado nuevas tensiones y responsabilidades que desafían las formas tradicionales de enseñar y educar. En su obra Desafíos a la escuela del siglo XXI, Jaume Sarramona (2002) realiza una reflexión integral sobre los cambios estructurales que afectan a la institución escolar y propone líneas de acción orientadas a su renovación. 
En esta perspectiva, la familia se reconoce como un factor clave para la calidad educativa. No sólo por su nivel socioeconómico, sino sobre todo por su “capital social”: la estabilidad del entorno familiar, la preocupación por la educación de los hijos, la comunicación con los docentes y la participación en la vida escolar (Sarramona, 2002, p. 31). Es decir, el éxito escolar está vinculado no solo a lo que sucede en el aula, sino también a la implicación activa de las familias

La transformación de la familia y su impacto en la escuela

Uno de los cambios más determinantes ha sido el que afecta a la familia. En contraste con el modelo tradicional multigeneracional, en el que predominaba la figura paterna como autoridad, hoy encontramos estructuras más diversas: familias monoparentales, reconstituidas, con hijos únicos o parejas del mismo sexo. Esta transformación ha implicado un desplazamiento progresivo de las funciones educativas desde la familia hacia la escuela (Sarramona, 2002, p. 15).

Además, la incorporación de la mujer al mundo laboral, el control de la natalidad y la mayor longevidad han alterado la lógica interna del hogar, reduciendo el tiempo disponible para la crianza y aumentando la demanda de servicios escolares desde edades cada vez más tempranas. La escuela, en este nuevo contexto, se convierte en el principal agente de socialización y debe responder con servicios complementarios como comedor, transporte, actividades extraescolares y atención personalizada (Sarramona, 2002, pp. 19–20).

Calidad educativa: más allá del rendimiento académico

La noción de “calidad” en educación ha adquirido múltiples significados. Para algunos, se refiere al dominio de contenidos; para otros, a la formación moral o la preparación para el mundo laboral. Sarramona (2002) propone una visión amplia que integre tanto los resultados académicos como los valores, la equidad, la inclusión y la capacidad de adaptación a los contextos cambiantes (p. 29).

Nuevas tecnologías y multiplicidad de fuentes informativas

La escuela ha dejado de ser el único canal de acceso al conocimiento. La expansión de internet y de los dispositivos tecnológicos ha multiplicado las fuentes informativas, obligando a los educadores a replantear su rol: más que transmisores de contenidos, deben convertirse en guías que ayuden a los estudiantes a seleccionar, interpretar y aplicar la información de forma crítica (Sarramona, 2002, pp. 49–52).

La escuela debe también convertirse en una “organización que aprende”, capaz de reflexionar sobre su propia práctica, de innovar y de adaptarse a los cambios de la sociedad. Este enfoque implica una cultura institucional orientada al trabajo en equipo, a la autoevaluación y al mejoramiento continuo

Globalización, pluralismo y pérdida de valores tradicionales

La globalización ha tenido un doble efecto sobre la escuela: por un lado, ha aumentado la movilidad, la diversidad cultural y la necesidad de una educación intercultural; por otro, ha generado incertidumbre, competencia y desigualdad. La convivencia de ideologías distintas en una misma sociedad exige formar a los estudiantes en la tolerancia, el respeto y la ciudadanía global (Sarramona, 2002, pp. 63–65).

Simultáneamente, se percibe una pérdida de los valores tradicionales. La escuela se ve obligada a abordar temas como la violencia, la educación para la paz, la sostenibilidad ambiental, el consumo responsable y la resolución pacífica de conflictos. Sarramona (2002) señala que la escuela no debe limitarse a reaccionar, sino asumir un papel activo en la construcción de un nuevo orden ético y social (pp. 72–79).

Nuevos vínculos con el mundo laboral

Los cambios en el mercado laboral exigen que la escuela prepare a los jóvenes no sólo para empleos específicos, sino para un mundo cambiante, donde se valora la adaptabilidad, el pensamiento crítico, la capacidad de aprender a lo largo de la vida y las habilidades socioemocionales. Ya no basta con dominar contenidos: es necesario desarrollar competencias transferibles y actitudes emprendedoras (Sarramona, 2002, p. 99).

Autonomía, descentralización y participación comunitaria

Uno de los procesos más significativos en los sistemas educativos es la descentralización. La transferencia de responsabilidades hacia los gobiernos locales y hacia los propios centros escolares ha generado nuevas formas de gestión y participación. La autonomía escolar, entendida como la capacidad de cada institución para tomar decisiones organizativas y pedagógicas, se fortalece cuando se combina con la rendición de cuentas y la colaboración con las familias y autoridades locales (Sarramona, 2002, pp. 33–35).

Conclusiones

La escuela del siglo XXI no puede ser una réplica de la del siglo pasado. Los cambios en la estructura familiar, las nuevas demandas sociales, el avance de la tecnología y el pluralismo ideológico exigen una renovación profunda del sistema educativo. Como advierte Sarramona (2002), la escuela debe dejar de ser una institución reactiva y convertirse en un agente activo de transformación social.

Frente a los desafíos contemporáneos, el camino pasa por una escuela inclusiva, flexible, colaborativa, crítica y profundamente humana. Una escuela que, en palabras del autor, no se limite a reproducir el presente, sino que contribuya activamente a construir el futuro.

Referencia

Sarramona, J. (2002). Desafíos a la escuela del siglo XXI. Ediciones Octaedro.



 

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